Una tarde de Agosto


Era una tarde cualquiera, de esas que Agosto regala.
El San José, paso obligado…  tranquilo dejaba escuchar.
Como presagio de lo que acontecería.
Una trágica y melancólica  nota.
Los dos, viejos contrarios, enemistados por opiniones.
Cosas del trabajo o valla saber por que.
Callados se miraron, retándose en silencio
Con  frialdad y recelo al igual  que gatos salvajes.
Esperando un gesto, una provocación.
Esa tarde de Agosto, por un momento.
El cielo se nublo, dejando caer sobre el monte.
Una tenue llovizna, al igual que lágrimas cristalinas.
Mojando una tupida barba.
Los pájaros cesaron su canto.
El arroyo detuvo su interminable peregrinar.
Y entonces si…  aquel grito provocador.
Contenido por tiempo.
Lanzando como un volcán.
Su furia contenida
Solo con mirarse, desafiantes comprendieron.
Había llegado el momento.
Que tanto habían buscado.
De sus ojos brotaron rayos, con tal magnitud.
Que toda expresión, que de sus bocas salía.
Se asemejaban a todos los rugidos.
Menos a la voz humana.
Se abalanzaron cual tigres acorralados, dispuestos a morir.
Con fulminantes estocadas, lanzadas con tanta furia.
Tanta fuerza sobrehumana, hasta el mismísimo diablo temblaría.
Ambos queriendo limpiar su honor.
A la vera del arroyo esa tarde pelearon.
Teniendo como mudos testigo, al monte y su silencio.
Cuando todo parecía, que la oscuridad  y la muerte.
Se harían presentes en aquel paraje.
Ocurrió algo que es  difícil de explicar.
En el fragor de la lucha, algo paralizo a ambos.
Ninguna mente humana podrá tal vez comprender.
Como de repente siguieron cada uno su camino.
Tal vez con dolor y arrepentimiento, tal vez la mente abrumada.
Solo la providencia  supo a tiempo detener.
Por esas cosas del destino, o valla a saber porque.
Lo que tal vez hubiese sido, una tarde de luto y dolor.
Entonces si…  esa tarde de agosto, no fue una tarde más.
El cielo volvió a brillar, el monte todo lo cobijo.
Bajo un manto de piedad.
El arroyo, siguió su  cauce  melancólico.
Dejándonos  a su paso, una anécdota más en la región.